1. El carlismo
Tras la derrota de 1876, el político
Cándido Nocedal (1821-1885) representó los intereses dinásticos del pretendiente don Carlos (Carlos VII), que fijó su residencia en Venecia. El carlismo seguía siendo contrario al régimen liberal y estaba a favor de los valores religiosos, de la monarquía tradicional y de los fueros. La supuesta unidad, sin embargo, no era real y entre ellos había diferencias. Así, en 1888, un grupo de carlistas se separó y formó el Partido Integrista, para sus miembros los carlistas no parecían bastante católicos.
2. El surgimiento de los nacionalismos periféricos
El liberalismo español, tanto en su versión moderada como progresista, se basó en una idea centralista del Estado. Ahora bien, durante la Restauración aparecerán movimientos de recuperación cultural y lingüística que terminan adquiriendo formas de reivindicación política, los regionalismos o nacionalismos, que reclaman el autogobierno en diversas zonas de España, como Cataluña, País Vasco y Galicia bajo el apoyo social de sectores de la burguésía.
A) El nacionalismo catalán (catalanismo)
Hacia 1830, dentro del contexto cultural del Romanticismo y en el marco de un Estado liberal español surgíó en Cataluña un amplio movimiento cultural y literario, conocido como la Renaixença. Su finalidad era la recuperación de la lengua y de las señas de identidad de la cultura catalana, pero carecía de aspiraciones y de proyectos políticos, siendo sus objetivos puramente culturales. Las primeras formulaciones catalanistas con un contenido político vinieron de la mano de Valentí Almirall, que inició su actividad política en el republicanismo federal de Pi y Margall, y que, en 1882, fundó el Centre Catalá. Su objetivo era conseguir que la burguésía catalana rompiese con los partidos españoles. En 1885 presentaron al monarca Alfonso XII el Memorial de Greuges (o Agravios), un texto en defensa de los intereses catalanes, a favor del mantenimiento del derecho civil catalán (por entonces se estaba procediendo a la codificación del Código Civil español) y de la industria catalana (temerosa del librecambismo). Más adelante se funda, en 1891, la Uníó Catalanista.
Más adelante se funda, en 1891, la Uníó Catalanista. De ella parte, en la asamblea celebrada en Manresa, la aprobación de las llamadas Bases de Manresa (1892), con las que el regionalismo catalán se transforma en nacionalismo. Considera a Cataluña como una entidad autónoma dentro de España, dotándola de competencias propias separadas del poder central. Tras la crisis de 1898 se acrecentó el interés entre parte de la burguésía catalana por tener su propia representación política. Así, en 1901 se constituyó un nuevo partido político, la Lliga Regionalista de Catalunya, con un programa conservador, a favor de la autonomía para Cataluña. En las elecciones generales de 1901, la Lliga triunfaba en Barcelona. También lograban representación los republicanos de Lerroux. Empezaban a establecerse, sencillamente, un nuevo periodo en la historia política de Cataluña: el turno de conservadores y liberales empezaba a romperse por la competencia de regionalistas y republicanos.
B) El nacionalismo vasco
La aparición del nacionalismo vasco se vio propulsado por el fuerismo y el proceso de industrialización. Los fueros vascos, que permitían a las provincias vascas mantener una situación de gobierno y administración diferenciada frente al resto del territorio español, tras la guerra carlista de 1872 a 1876, fueron abolidos por ley de 21 de Julio de 1876. En cuanto a la industrialización, con los cambios económicos y la llegada de inmigrantes, estaba afectando a la tradicional identidad vasca.
Para romper con esta situación surge el nacionalismo vasco, creado por Sabino Arana (1865-1903), defensor de la cultura autóctona vasca, consideraba que la inmigración ponía en peligro el euskera, las tradiciones y la etnia vasca. Al defender la pureza racial del pueblo vasco, adquiríó, sin embargo, una imagen xenófoba. En 1895 fundaba el
Partido Nacionalista Vasco en Bilbao. Dio el nombre de Euzkadi a su patria vasca y se declaró independentista con respecto a España. Esta postura se suavizó tras su fallecimiento aceptándose la vía hacia la autonomía. Era, sin duda, una forma de adaptación a los cambios en afiliación que vivirá el partido: de los primeros seguidores de Arana –la pequeña burguésía bilbaína tradicional–, el partido había ampliado sus bases incorporando a la burguésía moderna e industrial. Sobre otro regionalismo, el gallego, tuvo que esperar a los comienzos del Siglo XX, para que el galleguismo tuviera un peso político.
3. Los partidos republicanos
Tras el fracaso de la Primera República, el republicanismo español se dividíó en tendencias por diferencias doctrinales (federalistas o unionistas), estratégicas (reformas legales o insurrección) y también por rivalidades personales. En total hubo cuatro corrientes, desapareciendo sus líderes en torno al cambio de siglo: Ruíz Zorrilla, en 1895; Castelar, en 1899; Pi y Margall, en 1901 y Salmerón, en 1908. Con ellos desaparecía el republicanismo histórico y se abría otra nueva etapa en la que el republicanismo español debía definir su programa social y político. Entre las opciones, roto el partido dirigido por Ruíz Zorrilla, el sector izquierdista logró su control y bajo la dirección de su líder, Alejandro Lerroux, formó el Partido Radical, en 1908, llamado a tener un fuerte protagonismo en Cataluña ya en el reinado de Alfonso XIII.
4. El movimiento obrero
El movimiento obrero en España adquiríó madurez y extensión organizativa a partir del Sexenio Democrático. Las dos corrientes de la Internacional (la marxista y la anarquista) encontraron eco en España; pero fue sobre todo la anarquista, por medio de la visita que Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, realizó a España, la que adquiríó mayor predicamento. Creó, en 1870, en Madrid y Barcelona la sección española de la AIT (Federación Regional Española). La corriente marxista se aglutinó en torno a un núcleo madrileño que entró en contacto con Paúl Lafargue, yerno de Marx, en 1871. A los pocos días del Golpe de Estado del general Pavía –3 de Enero de 1874– un decreto disolvía las asociaciones dependientes de la Asociación Internacional de Trabajadores y las obligaba a entrar en la clandestinidad.
A) Los anarquistas
En 1874 la comisión federal anarquista, ante la represión que había seguido al citado decreto de Enero, preparó su vida en la clandestinidad. Este fue su planteamiento dominante hasta 1881, cuando Sagasta hizo que el anarquismo retornara a la legalidad. Las nuevas circunstancias trajeron una recomposición de las geográficamente dispersas organizaciones para afrontar la nueva realidad, y el resultado fue la fundación, en un Congreso celebrado en Barcelona, en 1881, de la Federación de Trabajadores de la Regíón Española y la incorporación en masa de nuevos afiliados que ya podían inscribirse en una organización legal. Sin embargo, la nueva organización se verá afectada por la fuerte represión que siguió al asunto de la Mano Negra en el campo andaluz, que se había constituido como una organización secreta que, acusada de unos asesinatos, llevó a la detención de cientos de personas en Jerez, Cádiz y Sevilla. En definitiva, se acusó de toda clase de críMenes al anarquismo andaluz y se quiso ampliar la culpa a los componentes de la Federación de Trabajadores de la Regíón Española.
A finales de siglo, los anarquistas seguían siendo enemigos de la acción política; pretendían destruir el orden existente por medio del terrorismo y cometieron una serie de atentados, lanzando bombas en lugares públicos o bien asesinando al presidente del gobierno, Cánovas de Castillo, en San Sebastián en Agosto de 1897.
B) Los marxistas o socialistas
La otra tendencia del movimiento obrero, la socialista, se limitaba en 1874 a unos reducidos núcleos de seguidores de las ideas de Marx, para quienes la Asociación del Arte de Imprimir servía de refugio. En Mayo de aquel año, Pablo Iglesias fue llamado a presidir en Madrid la Asociación del Arte de Imprimir, que contaba con cerca de 250 miembros. Pablo Iglesias fue convenciendo a sus compañeros de la necesidad de pasar a la acción y formar un partido hasta que, el 2 de Mayo de 1879, con ocasión de un banquete de fraternidad universal, celebrado en una fonda de la calle Tetuán de Madrid, decidieron constituir el Partido Socialista Obrero Español y, además, crear una comisión encargada de redactar el programa y el reglamento. En su ideario destacan los objetivos marxistas: la conquista del poder político por la clase trabajadora, ya bien sea por la vía electoral (cosa improbable) o bien a través de la revolución obrera, tal y como había hecho la burguésía. En el siguiente paso, con los obreros en el poder, se establecería una dictadura del proletariado con el objetivo de desmontar el sistema capitalista y como paso previo hacia una sociedad sin clases sociales, sin explotadores y explotados, objetivo final del marxismo. Desde sus inicios quedó confirmado como un partido de clase, un partido exclusivamente obrero, que pretendía enfrentarse a los partidos burgueses en la lucha por el poder a través de las elecciones. En 1888 se crea el sindicato socialista, la UGT (Uníón General de Trabajadores) en un Congreso celebrado en Barcelona, al que siguió otro, en la misma ciudad, para celebrar el I Congreso del PSOE, cuyo objetivo era perfilar la organización del partido. En cuanto a zonas de influencia, el movimiento obrero español ofrecíó un fuerte contraste. El PSOE y la UGT tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia, en cambio, en Cataluña, Levante y Andalucía predominará el anarquismo.
CLASIFICACIÓN
Este texto de trata de una fuente primaria, de naturaleza histórica, ya que no solo corresponde a la descripción de unos hechos contemporáneos, si no a la interpretación política de los mismos. Por su contenido es un texto de carácter político ya de que describe el funcionamiento de un sistema electoral. Con destinatario público, el autor es individual, pues el texto es un fragmento de la obra “España tal cual es” del político y periodista catalán de ideología republicana-federalista y uno de los padres del catalanismo político, Valentí Almirall. Publicada en París en 1886 refleja un duro ataque al sistema electoral de la Restauración (1874-1902).
IDEAS FUNDAMENTALES
La idea fundamental que se expresa en el documento es la de la corrupción del sistema electoral también denominado “pucherazo” y que caracterizó a las elecciones durante todo el periodo del sistema canovista.
El texto de 1886 hace referencia al aún vigente sufragio censitario. Las leyes electorales de 1877 y 1878 volvieron a instaurar el sufragio censitario para los mayores de edad con una contribución de una cuota mínima para el Tesoro. El autor refleja la alteración de los resultados electorales al comentar que se permite que su padre, aunque fallecido, pudiera ejercer el voto estando registrado en el censo electoral (era un acaudalado industrial, por
lo que podría estar inscrito) siendo suplantado por cualquier personaje disfrazado con la complicidad de la autoridad.
El autor considera que la corrupción del sistema electoral no se da solo en el sufragio censitario, adelanta que esto mismo se produciría en el sufragio universal. Este sistema ya había sido instaurado en España durante el sexenio democrático con la Ley Electoral de 1870 y que permitía el ejercicio del sufragio a todos los mayores de edad (25 años), si bien Cánovas había vuelto a instaurar el sufragio censitario (1877 y 1878). El otro partido del sistema canovista, el partido liberal de Sagasta tenía como ambición política la instauración del sufragio universal, por lo que acabó consiguiendo que se aprobara una Ley Electoral en 1890 que lo instaurase.
La Restauración canovista es el sistema político configurado por Cánovas del Castillo tras restaurar en el trono en Diciembre de 1874 a Alfonso XII, tras los seis años de agitación política que supuso el sexenio revolucionario (1868-1874). Este sistema político se desarrollará durante el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y tras la muerte de este, durante la regencia de Mª Cristina de Habsburgo (minoría de edad de Alfonso XIII 18851902). Era un sistema conservador basado en un sistema parlamentario liberal pero escasamente democrático, apoyado en los dos grandes partidos dinásticos: El conservador, liderado por Antonio Cánovas del Castillo, partidario del inmovilismo político, la defensa de la Iglesia y el orden social; y el partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, algo más reformista y laico. Ambos coincidían ideológicamente en lo esencial (defensa de la monarquía, de la Constitución de 1876, de la propiedad privada, y de un estado centralista), por lo que asumían de manera consensuada papeles complementarios en el llamado sistema de turno pacífico de partidos. Este “turnismo” fue posible gracias a un sistema electoral corrupto que manipulaba las elecciones, y que constituyen lo que Costa denunció como un sistema oligárquico y caciquil, que en sus escritos intentó denunciar.
El modelo político que Cánovas y Sagasta habían diseñado no podía permitir un verdadero sistema electoral libre que se abriera a unas clases populares. No importaba tanto quien gobernara, sino para quién: terratenientes, arrendadores, prestamistas, clases poseedoras y propietarios.
Para establecer este sistema se necesita de otro elemento clave: la Corona. Esta tiene poder para nombrar y destituir gobiernos, además de iniciativa legislativa, derecho a veto y un control muy efectivo de Senado, lo que es fundamental para la manipulación del sistema electoral. Cuando por crisis, agotamiento del gobierno o consenso entre los líderes políticos se decide que hay que proceder a un cambio, el Rey cambia al jefe de gobierno por líder del otro partido, el cual disuelve las Cortes y convoca elecciones que le aseguren un Congreso de los Diputados controlado por su partido. Aquí entra la práctica con la que Almirall inicia el texto, la existencia de tres niveles de control electoral el primero o gran elector es el Ministro de la Gobernación, desde donde se establece el “encasillado” es decir establecer mediante el relleno de las casillas electorales los diputados que deben salir de cada partido, el segundo nivel es de los Gobernadores Civiles, controlados por el gobierno que ejecutan esas instrucciones y que son desarrolladas a nivel local por el tercer nivel, que no aparece mencionado en el fragmento del texto de Almirall, que sería el Cacique provincial o local que es el que verdaderamente
controla la vida política, económica y social del territorio, y que como termina el autor permite asegurar la elección del candidato adicto al gobierno. Estas prácticas de falsificación electoral: pucherazo y encasillado, junto a las prácticas del caciquismo permitíó un modelo político que aseguró 50 años de control político, pero limitó las posibilidades de transformación económica, política y social del país.
Este sistema dejó fuera del juego político del “turnismo” al resto de fuerzas políticas desarrolladas en la época, Republicanos, socialistas y los nacionalismos (LLiga Regionalista y PNV). El sistema entró en crisis después de 1898 con la derrota frente a EEUU y la pérdida de los restos del Imperio colonial, que provocó en la sociedad y en la clase política española un estado de frustración y arraigó en ella una fuerte sensación de pesimismo. Como reacción a ella surgíó el movimiento regeneracionista que pedía una verdadera democratización y modernización del estado y el fin del caciquismo y la corrupción política.