Totalitarismos en el siglo XX

Totalitarismos

El siglo XX comenzó con tres acontecimientos de enormes y negativas consecuencias: una guerra que acabó con los imperios tradicionales europeos, una revolución en Rusia que amenazaba el sistema político mundial, y una depresión económica que dejó a millones de personas en el paro y la miseria.

Esto generó un clima de desconfianza hacia los valores del sistema liberal impuesto en el XIX; el liberalismo económico fue considerado responsable de la Gran Depresión. La situación propició que surgieran, en los años 20 y 30, movimientos autoritarios que exigían la desaparición de los regímenes liberales. Estos movimientos eran una reacción de las clases poderosas (nobleza, terratenientes, grandes empresarios, iglesia católica, ejército y altos funcionarios) para frenar las peticiones de las masas.

Más que un sistema ideológico, el fascismo era una combinación de ideas irracionales: fe ciega en el líder, superioridad de unas personas sobre otras (hombres sobre mujeres, blancos sobre negros, heterosexuales sobre homosexuales, etc.).

Características

1. Rechazo del mundo burgués: El individualismo defendido por la ideología liberal había generado egoísmo, especulación económica y sentimientos de derrota en los países vencidos. Frente a esto, muchos añoraban la camaradería y solidaridad del frente, y deseaban el retorno a sociedades más jerarquizadas, donde el papel de cada grupo y cada individuo estuviera definido de antemano.

2. Desprecio de la política liberal: Rechazaban todos los elementos de los sistemas políticos liberales: las constituciones, los parlamentos, las elecciones, los partidos políticos, los sindicatos de clase. Igualmente rechazaban los principios liberales nacidos en la Revolución Francesa: igualdad ante la ley, derechos individuales, etc.

3. Represión del marxismo: Los movimientos autoritarios consideraban al marxismo, y por extensión a toda la izquierda, como sus mayores enemigos. Los comunistas eran vistos como los más peligrosos, pero también querían eliminar a socialistas, anarquistas, masones y judíos.

4. Nacionalismo radical: Este nacionalismo radical se oponía a socialistas y comunistas, defensores del internacionalismo; incluía la represión de las minorías culturales (gitanos, judíos, eslavos, etc., según los casos) y grandes dosis de xenofobia y racismo.

5. Militarismo: Estos movimientos se apoyaban en el Ejército y los cuerpos policiales, que tenían el respaldo del Estado para reprimir todas las disidencias. Los grupos que imponían o apoyaban el autoritarismo utilizaban uniformes y organización militar, y recurrían a la violencia y la obediencia para imponerse a la sociedad.

Características específicas de los movimientos totalitarios de Alemania e Italia

1. Modernidad: Se presentaban a sí mismos como movimientos «revolucionarios» que querían construir regímenes nuevos, superando el capitalismo y el comunismo.

2. Movilización de las masas: Adaptaron su organización a la moderna sociedad de masas para atraer a las multitudes. Una constante fue la movilización de la gente en grandes desfiles teatralmente escenificados.

3. Uso masivo de la propaganda y la demagogia: Usaban símbolos para que la gente los identificara claramente: cruz gamada, saludo brazo en alto, etc. Participaban en las elecciones, donde exponían su programa, adaptado siempre a lo que la gente quería oír: a los parados, les prometían trabajo; a los resentidos por la derrota, recuperación de la grandeza nacional; a los empresarios, acabar con el movimiento obrero; a las clases medias, restablecer el orden y la prosperidad; a los obreros, medidas de bienestar social.

Otras características

Los líderes de ambos movimientos (Mussolini y Hitler) no pertenecían por origen a los grupos cuyos intereses defendían. Eran indiferentes en materia de religión, pero no despreciaban el apoyo de las iglesias. Estaban en contra del libre mercado, pero aprovechaban las reglas del capitalismo.

El Fascismo Italiano

Los acuerdos de paz tras la guerra supusieron una gran decepción para Italia, ya que los aliados acordaron la entrega del Trentino, Trieste e Istria, pero no de Dalmacia y Fiume, territorios que Italia consideraba propios. Esta situación se agravó con la inestabilidad política: los gobiernos de la monarquía de Víctor Manuel III no lograban una mayoría suficiente, y entre 1919 y 1922 se sucedieron cinco gobiernos diferentes.

Por otro lado, la guerra dejó en Italia graves secuelas humanas y económicas: murieron 700,000 hombres, muchas industrias quedaron inutilizadas, y la elevada deuda exterior aumentó la inflación. Para muchos italianos, el coste de la vida se incrementó, mientras los salarios reales disminuyeron y el número de parados crecía sin cesar.

La crisis económica generó una fuerte tensión social. En este contexto apareció Benito Mussolini, quien, en 1919, creó los Fasci de Combate, grupos paramilitares uniformados con camisas negras, inspiradas en el uniforme de un cuerpo italiano de soldados de asalto de la Primera Guerra Mundial, los arditi. Estos grupos pretendían frenar el auge del movimiento obrero atacando violentamente a los sindicatos y sus líderes. En 1921, los Fasci se transformaron en el Partido Nacional Fascista, que se presentaba como el recurso más eficaz para detener los movimientos revolucionarios en Italia. Su programa se basaba en la construcción de un Estado fuerte, que garantizase la propiedad privada, y en una política exterior expansionista.

El nuevo partido contó con el apoyo de la pequeña burguesía, la financiación de los grandes propietarios agrícolas e industriales, y la tolerancia de la Iglesia católica y del monarca Víctor Manuel III.

En las elecciones de 1922, el Partido Fascista solo consiguió 22 diputados en un Parlamento de 500. Sin embargo, ese mismo año, denunciando la incapacidad del gobierno para mantener el orden ante la huelga general de los sindicatos socialistas y anarquistas, Mussolini exigió al rey que le entregara el gobierno. Para mostrar su fuerza, organizó una Marcha sobre Roma acompañado por 300,000 camisas negras. En octubre, el monarca, presionado por las fuerzas conservadoras, lo nombró jefe del gobierno.

EL NAZISMO EN ALEMANIA
Con el Tratado de Versalles de 1919, Alemania fue declarada culpable de la Guerra y los aliados disolvieron el antiguo Imperio, exiliando al emperador Guillermo II para que se construyera una nueva república parlamentaria sobre las cenizas del segundo Reich.
El periodo de 1919-1933 es conocido como la República de Weimar durante la cual se transforma la sociedad alemana y se experimenta un nuevo crecimiento cultural alrededor de Berlín. El reto de la República de Weimar fue doble. En primer lugar, construir una democracia parlamentaria viable, con base en una nueva constitución y la normalización de las de relaciones internacionales para tratar de solucionar la crisis económica, que era aún más aguda debido al pago de las indemnizaciones como fue establecido por los Tratados de Versalles.
Durante estos años la crisis económica y la fuerte inflación, así como el conflicto de clases, las luchas por el poder político y divergencias ideológicas entre comunistas, socialistas, nacionalistas, liberales, conservadores, etc. dificultaban el consenso sobre el futuro alemán. Algunos fueron buscando culpables del malestar y una serie de crisis pequeñas seguidas por la crisis de 1929 provocaron el colapso gradual de la nueva
república germana
Algunos grupos reaccionarios se fueron organizando alrededor de excombatientes de la Primera Guerra Mundial, éstos, desilusionados por el colapso alemán fueron agrupándose en organizaciones paramilitares dedicadas a generar disturbios, extorsiones, etc. Es así como nace la SA o Stürmabteilung (división de asalto).
En un primer momento, Adolfo Hitler, austriaco de nacimiento y excombatiente del frente occidental, sigue el ejemplo de Benito Mussolini para orquestar un golpe de Estado conocido como el Putsch de la Cervecería en 1923, llamado así por el lugar donde se organizó en Múnich. El golpe fracasó y Hitler es aprisionado.


Desde la cárcel escribe su ideario conocido como Mein Kampf (Mi Lucha) en el que plantea las bases de la doctrina nazi. Las ideas fundamentales de este texto son la superioridad de la raza aria, el racismo, en particular el antisemitismo, el rechazo al liberalismo, socialismo y al comunismo; su ideología militarista y la expansión territorial justificada mediante el concepto de lebensraum o «espacio vital»
Ante la crisis política y económica en Alemania, con 7 millones de desempleados y una hiperinflación, el número de integrantes del Partido Nazi creció notablemente, así como los votos a su favor. Se presentó en las elecciones de 1932, y aunque fue derrotado, los nazis obtuvieron 13 millones de votos (aunque no era una mayoría). El viejo mariscal
Paul von Hindenburg resultó reelecto como presidente y designaría a Hitler como canciller el 30 de enero de 1933. Mediante este cargo, Hitler nombraría a los ministros del Reichstag (el Parlamento).
Cuando muere Hindenburg el 2 de agosto de 1934, Hitler asume los cargos de canciller y presidente, para, posteriormente, ser declarado Führer del Tercer Reich.

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