Características Generales de la Segunda Revolución Industrial
Originalmente, el término «Segunda Revolución Industrial» hacía referencia a la segunda revolución técnica experimentada en el proceso de industrialización. Sin embargo, hoy en día el término ha rebasado este ámbito para designar a un conjunto más amplio de transformaciones. Los cambios técnicos continúan ocupando una posición central en este proceso, junto con los ocurridos en el mercado, en su tamaño y estructura. Las innovaciones técnicas indujeron transformaciones en cadena que afectaron al factor trabajo, al sistema educativo y científico, al tamaño y gestión de las empresas, a la forma de organización del trabajo, al consumo e incluso a la política. Esta serie de transformaciones económicas acabaron derivando en cambios demográficos y sociales, y a su vez estos cambios desembocaron en el aumento del nivel de demandas políticas de los ciudadanos, lo que se tradujo en conquistas en el sistema de representación política.
El Cambio Tecnológico como Motor de la Segunda Revolución Industrial
El cambio tecnológico, es decir, la segunda revolución tecnológica, fue el núcleo central de la Segunda Revolución Industrial y el desencadenante de modificaciones en toda la estructura económica. El periodo que discurre entre 1870 y 1913 constituye uno de los mayores cambios en el control de la naturaleza por parte del hombre. A diferencia de la simplicidad y la escala de relación entre ciencia y tecnología presentes en la Primera Revolución Industrial, la Segunda Revolución Industrial tendrá como nota dominante su complejidad y su amplia relación entre tecnología y ciencia, dificultando su difusión al requerir preparación y expertos para implementarla y manejarla. Además, en la Primera Revolución Industrial el cambio técnico estuvo centrado en la industria textil y la siderúrgica, mientras que en la Segunda Revolución Industrial se ampliará y diversificará. El inventor dejará de ser un personaje extravagante para tener un reconocimiento social y ser acogido por grandes corporaciones.
Las innovaciones más radicales de la Segunda Revolución Industrial tuvieron lugar entre 1870 y 1913 en EEUU y Alemania, principalmente, distinguiendo tres frentes fundamentales de avance tecnológico: nuevos materiales, nuevas energías y mecanización. Aunque en estos frentes no todo es plenamente nuevo, parte constituye una prolongación y mejora de la tecnología de la Primera Revolución Industrial:
- Nuevos materiales: Destacan los nuevos metales como el acero, el zinc, el níquel y el aluminio, cuya historia va ligada a la de la electricidad; los productos químicos como la sosa, el ácido sulfúrico o los fertilizantes, tan decisivos en la Segunda Revolución Agraria.
- Nuevas energías: Su consumo y oferta aumentó y se diversificó.
- Mecanización: Continuó en un proceso casi inexorable, debido a la creciente escala de las unidades de producción. El proceso de mecanización se cierra y corona con la máquina herramienta, la máquina que hace máquinas. En este proceso destacó la mecanización presente en la agricultura con los ingenios mecánicos como las cosechadoras, segadoras y empacadoras; en el transporte marítimo y las comunicaciones; y en el transporte terrestre con mejoras en el ferrocarril, el transporte urbano, el tranvía y el metro.
El resultado final de todas estas innovaciones fue la ampliación de los recursos naturales, el ahorro de trabajo y el desarrollo de otras innovaciones tecnológicas complementarias. Las empresas que desarrollaron estas innovaciones pudieron aumentar enormemente la productividad, y la demanda de recursos específicos que estas tecnologías conllevaban favoreció a aquellos países que disponían de ellos, perjudicando a quienes habían contado con ventajas en relación con la vieja tecnología de la Primera Revolución Industrial.
Nueva Organización del Trabajo y el Papel del Estado
Se dio también una nueva organización del trabajo en el proceso productivo: hubo un ambicioso y amplio empeño por la racionalización del proceso de trabajo, destacando la organización científica del trabajo, cuyas mayores expresiones se deben a F.W. Taylor y H. Ford (Taylorismo y Fordismo). La aplicación de estos principios modificó la naturaleza del trabajo y del trabajador. Las relaciones laborales también se vieron afectadas; en el seno de las empresas, estas relaciones eran muy inestables, siendo el ejercicio de la autoridad del empresario motivo de continuo conflicto. Destacó además la gran empresa, que desarrolló varias estrategias con el fin de conquistar el mercado, reducir la competencia y estabilizar a medio/largo plazo la oferta y la demanda.
Este nuevo modelo de industrialización también tuvo importantes repercusiones en las nuevas funciones del Estado, donde la intervención de este fue cada vez mayor, sobre todo en Europa. Por un lado, los estados intentaban aumentar las dimensiones del mercado exterior para sus empresas a través de acuerdos de comercio; por otro, protegían el mercado interno mediante aranceles y regulaciones sobre el mercado de capitales y de trabajo.
Explicaciones de la Segunda Expansión Colonial o Imperialismo en el Siglo XIX
En gran parte de África y Asia, donde no se habían formado estados nacionales como en Europa, el control económico de los países europeos permitía ejercer un control político sin necesidad de imponer un gobierno colonial directo (imperialismo informal): así era posible asegurar el respeto por el derecho de propiedad y el libre comercio (enclaves). Ahora bien, desde los años 1880 se difunde un auténtico furor por convertir la supremacía en conquista y administración formal (colonialismo y nuevo imperialismo). En consecuencia, prácticamente no quedó ningún rincón de África sin ser objeto de reparto entre las grandes potencias europeas y, más tarde, Japón.
Factores Económicos, Geoestratégicos y Sociopolíticos del Imperialismo
La interpretación económica del colonialismo, el imperialismo, ofrece una explicación general del fenómeno: los dominios imperiales constituyen territorios de asentamiento para los excedentes demográficos, aseguran la oferta de bienes primarios más baratos a los países imperialistas y amplían sus mercados de bienes y de capital. Esta interpretación puede ser válida para el caso de Gran Bretaña, puesto que una significativa parte de sus inversores y de sus intercambios comerciales se orientaron hacia sus colonias y dominios, si bien, el dominio británico sobre la India resultó ser fundamental para el funcionamiento de la economía internacional. Aunque algunas investigaciones recientes han avanzado incluso la hipótesis de que el imperialismo británico fue solamente provechoso para algunos inversores, pero no para el país en su conjunto. La experiencia de Francia es, en cambio, distinta. Las relaciones comerciales con sus colonias solo representaban un 10% de sus importaciones y exportaciones, y menos del 9% de sus inversiones exteriores, aunque en ciertos ramos de su comercio se alcanzaban cifras superiores. La tesis marxista sobre las conexiones existentes entre estos diferentes fenómenos son, por tanto, discutibles.
Los factores geoestratégicos desempeñaron un papel muy importante: Inglaterra (Gran Bretaña) pretendía proteger las rutas con la India y los demás, entorpecerlas y acceder a la prestigiosa posición de grandes potencias internacionales. Se estaba conformando un mundo jerarquizado tanto económica como políticamente. Las causas sociales y políticas son más difíciles de precisar, pero seguramente fueron tan importantes como las económicas. Según Schumpeter, el imperialismo fue un instrumento de dominio político en manos de la aristocracia, un instrumento de cohesión en torno a una idea o proyecto nacional. El imperialismo, como expresión del nacionalismo, servía para canalizar el descontento producido por los desequilibrios sociales de la industrialización, proporcionando una identidad nacional a la sociedad de masas, particularmente a las clases medias. En todo caso, el imperialismo más o menos formal puso límites al desarrollo económico de los territorios anexionados, al tiempo que, en cuanto expresión de una ideología nacionalista, dirigió a las potencias europeas hacia una política militarista, que estalló en 1914.