Turnismo y caciquismo español


12.6El funcionamiento del sitema político diseñado por Cánovas requería la existencia de dos grandes partidos (conservador y liberal)
Que se alternasen en el poder. Este turno de partidos se cumplió rigurosamente hasta finales del siglo XIX.

El Partido Conservador, dirigido por Cánovas, agrupaba a los grupos políticos más conservadores (a excepción de los carlistas y los integristas); por otro lado, existía el Partido Liberal, al mando de Sagasta, que aceptaba la monarquía alfonsina y la alternancia en el poder. Puesto que los dos partidos apoyaban a Alfonso XII como rey, se les conoce como partidos dinásticos.

Conservadores y liberales coincidían ideológicamente en lo fundamental, pero diferían en algunos aspectos. Ambos defendían la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y un Estado liberal, unitario y centralista. Su extracción social era bastante homogénea (élites económicas y clase media acomodada). Eran partidos de minorías, pero contaban con el apoyo de los periódicos.

En cuanto a su actuación política, las diferencias eran escasas. Los conservadores tendían al inmovilismo político, un sufragio censitario y la defensa de la Iglesia; mientras que los liberales defendían el sufragio universal masculino, reformismo social y un Estado laico. En la práctica, existía un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando regresase al gobierno.

Este turno pacífico ente los dos partidos políticos tenía como objetivo la estabilidad institucional.

El sistema de turno pacífico pudo mantenerse durante más de veinte años gracias a la corrupción electoral y a la utilización de la influencia y poder económico de determinados individuos (caciques). El caciquismo se dio en toda España, aunque alcanzó su máximo desarrollo en Andalucía, Galicia y Castilla. El sistema consistía en la adulteración del voto. El triunfo del partido que convocaba las elecciones porque había sido requerido para formar gobierno era convenido previamente, y se conseguía gracias al falseamiento de resultados. Los caciques eran personas notables, sobre todo del medio rural, ricos propietarios que daban trabajo a jornaleros, con gran influencia en la vida local (a nivel social y político), abogados y funcionarios de la Administración (que hacían informes y certificados personales, dirigían el sorteo de las quintas…). Con su influencia, los caciques orientaban la dirección del voto, agradeciendo con sus «favores» la fidelidad electoral.

Los caciques manipularon las elecciones continuamente de acuerdo con las autoridades, especialmente los gobernadores civiles. Este fenómeno se conoce como pucherazo. Además, se falsificaba el censo incluyendo a personas muertas, impidiendo votar a las vivas, manipulando actas o comprando votos.

Entre 1876 y 1898, el turno funcionó con regularidad. El Partido Conservador gobernó seis veces y el Partido Liberal cuatro. De 1875 a 1881 gobernaron los conservadores, hasta que en el 81 fueron sustituidos por Sagasta y los liberales. En 1884, Cánovas volvió al poder, pero tras la muerte del rey Alfonso XII en 1885, se impulsó un acuerdo entre liberales y conservadores, el Pacto del Pardo, para dar apoyo a la reina regente, Maria Cristina de Habsburgo, que estaba embarazada, y garantizar la continuidad de la monarquía ante carlistas y republicanos. 

Durante la regencia se dio el gobierno largo de Sagasta (1885-1890), cuando se llevó a cabo una importante obra reformista: se aprobó la Ley de Asociaciones (1887), se legalizaron todos los partidos, se abolió la esclavitud (1888), se introdujeron los juicios por jurados, se impulsó un nuevo Código Civil (1889) y se llevaron a cabo reformas en Hacienda y el Ejército.

La reforma de mayor trascendencia fue la implantación del sufragio universal masculino (1890), y el censo se amplió enormemente, teniendo derecho a voto todos los varones mayores de 25 años. Sin embargo, continuó la corrupción electoral.

En la última década del siglo se mantuvo el turno pacífico. En 1890, los conservadores volvieron al poder, en 1982 regresaron los liberales y en 1895, Cánovas asumió la presidencia del gobierno hasta 1897, cuando fue asesinado. A partir de ahí, comenzó la crisis del sistema canovista, provocando disidencias internas. En el Partido Liberal surgieron personajes como Gamazo y Maura, y entre los conservadores destacó Silvela.

Emilio Castelar se adaptó rápidamente a las nuevas condiciones, y consideró posible que la monarquía asumiese algunos de los principios democráticos, por lo que creí el Partido Republicano Posibilista. Ruiz Zorrilla tendió a un republicanismo radical y fundó el Partido Republicano Progresista. Salmerón creó el Partido Republicano Centralista. El republicanismo con más adeptos y más fiel a su ideario inicial fue el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, que contaba con el apoyo de una parte importante de las clases populares.

En las elecciones de 1886, hubo una importante minoría republicana en las Cortes, por lo que se crearon alianzas electorales (Unión Republicana), que agrupaban las distintas familias republicanas, a excepción de los posibilistas. Así, se aumentaron los escaños parlamentarios, pero el republicanismo perdió parte de sus antiguas bases sociales. Entonces, destacó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado por Pablo Iglesias en 1879, que defendía una base social obrera.

Tras la derrota carlista en 1876, Carlos (VII) de Borbón se exilió, y el carlismo entró en una grave crisis después de que destacados miembros, como Ramón Cabrera, reconocieran a Alfonso XII. Además, la Constitución del 76 descartaba de la sucesión al trono toda rama carlista de los Borbones. Por tanto, los carlistas tardaron algún tiempo en readaptar su actividad para convertirse en un nuevo partido político. Carlos VII depositó su confianza como jefe del carlismo en Cándido Nocedal. Los carlistas mantuvieron su fuerza en Navarra, País Vasco y Cataluña, pero su influencia era escasa en el resto del territorio español. La renovación del carlismo corrió a cargo de Vázquez de Mella, que en 1886 propulsó el Acta de Loredan, que mantenía principios como la unidad católica, el fuerismo, la autoridad de Carlos (VII) y la oposición a la democracia, aunque aceptaba el librecambismo en sustitución del Antiguo Régimen.

En el seno del partido de dio una disputa religiosa, ya que una parte del partido acusó a Carlos de dar prioridad a la cuestión dinástica por encima de la religiosa (cesarismo). Entonces, Ramón Nocedal fundó el Partido Católico Nacional, un partido católico integrista. Destaca también la fundación de una milicia, el Requeté, que posteriormente ayudó a Francisco Franco en la década de 1930.

Los grandes partidos dinásticos se desgajaron. En 1881 se fundó la Unión Católica, liderada por Alejandro Pidal, un partido conservador y católico, claramente diferenciado del carlismo. Entre los liberales , Segismundo Moret fundó el Partido Democrático-Monárquico que tendía fuertemente a la izquierda; y Serrano creó la Izquierda Dinástica. Sin embargo, nadie pudo desbancar a Sagasta del liderazgo de los liberales y los nuevos partidos tuvieron escaso apoyo electoral.

El liberalismo español se caracterizó por el dominio de la alta burguesía, un grupo muy reducido y conservador, que desconocían las realidades comunes que tenían las regiones españolas. La confluencia de particularismos regionales, el espíritu romántico, el Renacimiento cultural dieron lugar a los regionalismos y nacionalismos en Cataluña, el País Vasco y Galicia.

Hacia 1830, dentro del contexto del Romanticismo, surgió un amplio movimiento cultural y literario en Cataluña, la Renaixença, cuya finalidad era la recuperación de la lengua y las señas de identidad catalanas, pero carecía de aspiraciones políticas. Las primeras formulaciones catalanistas de carácter político vinieron de la mano de Valentí Almirall, un republicano decpcionado que fundó el Partido Centre Catalá con una ideología progresista, pretendiendo conseguir la autonomía catalana movilizando a las masas. En 1885 escribió el «Memorial de Agravios», denunciando la opresión de Cataluña y reclamando la armonía de intereses entre las distintas naciones españolas, aunque manteniéndose fiel a la monarquía. Por otro lado, los conservadores crearon la Unió Catalanista en 1891, cuyo programa quedó fijado en «Las bases de Manresa», defendiendo la soberanía de Cataluña y su política interior. En 1901, Prat de la Riva fundó la Liga Regionalista, en contra de la corrupción de la Restauración e intentando conseguir la independencia catalana.

Por otro lado, el nacionalismo vasco surgió en un clima de defensa de los fueros, tras la pérdida de la terera guerra carlista en 1876, aunque de manera distinta al movimiento catalán. Surgió como movimiento cultural de defensa de la lengua (euskera), a partir del cual surgió otro movimiento, el Euskaros, que defendía la religión y las tradiciones. Sabino de Arana, el 31 de julio de 1895 fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV) con una solemne declaración anti-española. Su ideología independentista, xenófoba y ultra-católica no consiguió popularidad, por lo que se entró en una línea autonomista.

Por último, el nacionalismo gallego tuvo un carácter estrictamente cultural. La lengua gallega se utilizaba sobre todo en el medio rural, por lo que intelectuales gallegos emprendieron el camino de convertirla en lengua literaria, lo que dio lugar al Rexurdimiento, destacando la poetisa Rosalía de Castro. Unas minorías cultas culparon del atraso económico gallego a la política, que forzaba a muchos gallegos a la emigración. En la última etapa de la Restauración, el galleguismo fue adquiriendo un carácter más político, aunque fue un movimiento minoritario en el que resalta Vicente Risco.

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