Unificación y Expansión: Nacionalismo e Imperialismo en el Siglo XIX

La Unificación Italiana (1859-1870)

Las revoluciones a favor de la unidad italiana en los años 1830 y 1848 habían sido sofocadas por el Imperio austríaco. Sin embargo, quedaba el impulso nacionalista del Risorgimento, un movimiento cultural que animaba al pueblo a seguir su lucha por la unidad.

En 1859, las esperanzas unificadoras del pueblo italiano se centraron en los planes de Víctor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña, y de Camilo Cavour, su primer ministro.

El reino de Piamonte se había convertido en una potencia industrial y necesitaba eliminar las barreras aduaneras con el resto de estados italianos para poder vender libremente sus productos por toda Italia.

Cavour tuvo que pedir ayuda al emperador francés Napoleón III para emprender una guerra contra Austria y liberar de su influencia a los estados del norte y del centro de Italia. Cuando Napoleón le retiró su apoyo, Cavour movilizó el entusiasmo nacionalista del pueblo italiano para continuar con la unificación, y financió la expedición del revolucionario Garibaldi, con su ejército de los camisas rojas, para conseguir que el reino de las Dos Sicilias se incorporara a la unidad.

En los diferentes estados se celebraron consultas democráticas, plebiscitos, en los que el pueblo votó mayoritariamente a favor de formar el reino de Italia y de que su rey fuera Víctor Manuel II. El proceso culminó en 1870.

La Unificación Alemana (1864-1871)

Los 39 estados alemanes reconocidos en el Congreso de Viena iniciaron la unidad económica antes que la política. En 1834 se puso en marcha el Zollverein, una unión aduanera que suprimía las barreras arancelarias para que se pudiera comerciar libremente entre todos los estados alemanes.

Los intentos de unidad política habían fracasado en 1830 y 1848, pues los dos estados alemanes más poderosos, el Imperio austríaco y el reino de Prusia, eran rivales, y el primero era contrario a la unidad. A partir de 1850, Prusia se convirtió en una gran potencia industrial y su ejército en el más poderoso de Europa.

En 1862, el rey Guillermo I de Prusia nombró canciller, presidente del gobierno, a Otto von Bismarck, decidido partidario de la unidad. De talante autoritario, Bismarck declaró: «La unidad alemana no se hará con discursos o votaciones, sino a sangre y hierro«. Y así fue como las etapas de la unificación alemana coincidieron con las siguientes tres guerras:

• La guerra de los Ducados

Bismarck pidió colaboración a Austria (aunque no la necesitaba) para recuperar dos territorios (ducados) de población alemana que desde el Congreso de Viena estaban bajo administración de Dinamarca.

Una fulminante campaña militar conjunta arrebató los ducados a Dinamarca. Schleswig quedó para Prusia y Holstein para Austria. Pero pronto empezaron los roces entre Austria y Prusia, y Bismarck obtuvo el pretexto para declarar la guerra a Austria.

• La guerra austro-prusiana (1866)

Prusia venció al Imperio austríaco en pocas semanas y pudo así excluirlo de la futura unidad alemana para no ver amenazado su liderazgo dentro de ella. Los estados alemanes del norte pidieron unirse a Prusia. Solo los estados católicos del sur no se decidían por la unión.

Bismarck pensó que la amenaza de un país exterior incitaría los sentimientos nacionalistas y el pueblo de los estados del sur exigiría a sus gobernantes la unidad. Bismarck necesitaba un país agresor y calculó que no sería difícil que el orgulloso Napoleón III interviniera si se encontraba el pretexto adecuado.

• La guerra franco-prusiana (1870)

Napoleón III cayó en la trampa y declaró la guerra a Prusia. Como había previsto Bismarck, todos los estados alemanes se pusieron a las órdenes de Prusia. En poco más de un mes, Prusia derrotó a Francia en la batalla de Sedán, en la que el propio emperador Napoleón III cayó prisionero. El Segundo Imperio francés se hundió y se proclamó la Tercera República.

El 18 de enero de 1871, en el palacio de Versalles, Francia se rindió y los gobernantes de todos los estados alemanes proclamaron emperador (Kaiser) de Alemania a Guillermo I de Prusia. Francia tuvo que ceder el título imperial a Alemania y, además, dos territorios, Alsacia y Lorena. Surgía el Segundo Reich (Segundo Imperio) alemán y la mayor potencia europea continental.

El respetado y temido canciller Bismarck se convirtió en el árbitro de la política europea durante los veinte años siguientes.

El Imperialismo

A mediados del siglo XIX, solo Reino Unido y Francia poseían imperios coloniales de importancia. África era un continente prácticamente desconocido para los europeos, que apenas habían ocupado algunos puntos en sus costas. En Asia, los británicos se habían instalado en la India y los holandeses y portugueses poseían algunos enclaves costeros.

Sin embargo, a partir de 1870 surgió el imperialismo: una acelerada carrera entre las principales potencias industriales para conquistar territorios y repartirse África y Asia en pocos años.

A partir de 1870 despegó la segunda Revolución industrial. Nuevos inventos aceleraron la producción industrial, y por ello aumentó la necesidad de materias primas y de mercados donde vender la enorme cantidad de bienes industriales que se fabricaban. Por otro lado, las inmensas ganancias que se acumulaban debían invertirse en nuevos negocios, y las colonias ofrecían oportunidades de inversión, pues había que construir ferrocarriles, puertos de embarque, carreteras… Además, los beneficios aumentaban porque se utilizaba mano de obra muy barata.

El imperialismo también puede considerarse como una continuación del nacionalismo, ya que las naciones buscaban engrandecerse conquistando colonias.

David Livingstone

Misioneros, exploradores y aventureros
Mucho antes de la era imperialista, en 1841, el escocés David Livingstone llegó al África suroriental como misionero médico. Se entregó a una obra humanitaria y religiosa, con un pequeño comercio ocasional y con muchos viajes y descubrimientos, pero sin verdaderas pretensiones políticas ni económicas. […] Explorando el río Zambeze, fue el primer hombre blanco que vio las cataratas Victoria. Encontrándose en el interior de África como en su propio hogar, seguro y en amistosas relaciones con su población nativa, se hallaba sumamente contento de encontrarse solo. Pero las confusas fuerzas de la civilización moderna le buscaban. Por Europa y América se difundió la noticia de que el doctor Livingstone se había perdido. El Herald de Nueva York, para elaborar noticias, envió al inquieto periodista Henry Morton Stanley en su busca, que comenzó en 1871.
Stanley era un hombre de la nueva era. Al ver las grandes posibilidades de África, se fue a Europa en busca de auxiliares. En 1878 encontró al rey Leopoldo II de Bélgica. Juntos formaron la Asociación Internacional del Congo […] Stanley, al volver al Congo en 1882, concertó en uno o dos años, tratados con más de quinientos jefes, que, a cambio de un poco de bisutería o de unos pocos metros de tela, ponían sus toscas huellas en los misteriosos papeles y aceptaban la bandera azul-oro de la Asociación Internacional.

• El reparto de África


A partir de 1880 la fiebre por repartirse el continente africa¬no entre los principales países europeos hacía temer cho¬ques violentos entre ellos.
Para establecer unos criterios que todos respetaran, Bis-marck convocó en 1885 la Conferencia de Berlín. Uno de
los acuerdos fue que los países que tuvieran asentamientos costeros (colonias) tendrían preferencia para conquistar el interior, pero deberían ocuparlo militarmente y dar comu¬nicación formal a los demás.
Reino Unido y Francia llevaron la delantera. Alemania llegó tarde y se tuvo que contentar con menos posesiones, aun¬que también las necesitaba como gran potencia industrial que era.
Las líneas maestras del reparto fueron:
• Reino Unido pretendía conseguir posesiones formando un eje vertical norte-sur que partiera de El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Necesitaba controlar el canal de Suez y el mar Rojo para asegurarse la ruta marítima hacia la India.
• Francia ambicionaba conseguir un imperio continuo des¬de el océano Atlántico al índico, que formara un eje hori¬zontal oeste-este por la mitad superior del continente.
• El reparto de Asia
En Asia existían estructuras políticas más evolucionadas que las africanas. Había imperios de importancia considerable, como el chino, el persa y el turco, y el tratamiento que los europeos les dieron fue diferente al de las tribus africanas.
Cuando se trataba de dominar territorios con gobiernos indígenas organi¬zados, no se establecía una colonia sino un protectorado, es decir, se rodea¬ba al gobierno de consejeros europeos que le «protegían».

En el caso del Imperio chino,
ninguna potencia europea estuvo interesada por conquistarlo en su tota¬lidad, pues hubiera sido demasiado costoso.
Por eso, fue dividido en zonas de influencia. Británicos, franceses, ale¬manes, estadounidenses, japoneses e, incluso, italianos tuvieron su zona, en la que obtenían concesiones comer¬ciales preferentes y libertad para su explotación, mientras, en teoría, la autoridad del emperador chino se mantenía.
No obstante, también hubo con¬quistas coloniales en otras zonas de Asia:
• Reino Unido, partiendo de la India, se extendió por territo¬rios vecinos.
• Francia empezó a desplegarse por la península de Indochina.
• Países Bajos se expandió a par¬tir de las islas de Sumatra y Java.
• Japón fue el único país asiático que consiguió escapar al domi¬nio colonial, gracias a la Revo¬lución Meiji de 1868.
La Revolución Meiji en Japón
Desde el siglo xvi, Japón se cerró al comercio y a la influencia occidental. Los japo¬neses se mantenían dentro de un régimen feudal.
Pero, en 1853, barcos estadounidenses amenazaron con bombardear la capital si Japón no se abría al comercio internacional. La reacción de los japoneses fue ha¬cer un inmenso y acelerado esfuerzo de modernización, copiando modelos euro¬peos para ponerse al nivel de los países industrializados y así evitar ser coloniza¬dos por ellos. Japón sería, con la Revolución Meiji, el único pueblo no blanco que ya era una gran potencia industrial a finales del siglo xix.

5. Consecuencias del imperialismo
Económicas
Sociales y demográficas
• Las poblaciones indígenas perdieron la propiedad de sus tie¬rras.
• Los europeos sustituyeron los variados cultivos tradicionales por plantaciones de un único cultivo (monocultivo), como cacao, café, té, caucho (destinados a la exportación a países industriales).
• Los europeos extraían materias primas (minerales, forestales, etc.) sin compensar a los indígenas.
• Los europeos impedían la industrialización en las colonias para que la población autóctona tuviera que comprar los pro¬ductos industriales europeos (mucho más caros). Los britá¬nicos, en la India, destruyeron los telares tradicionales.
Políticas
• Sometimiento de la población indígena a gobernantes euro¬peos.
• Distribución artificial de los territorios y trazado de fronteras, sin tener en cuenta las áreas tribales tradicionales.

SOCIALES Y DEMOGRAFICAS
• Trabajo forzoso: los indígenas eran obligados a trabajar en las explotaciones europeas, a cambio de salarios ínfimos, aun¬que la esclavitud estaba prohibida.
• Introducción de mejoras sanitarias (vacunas y medica¬mentos): se redujo la mortalidad.
• Desequilibrio demográfico: al reducirse la mortalidad, pero no la natalidad, la población experimentó un elevado crecimiento. Los europeos se beneficiaron de abundante mano de obra barata.
• Hambre y desnutrición de la población colonizada. Habían crecido por encima de sus posibilidades de alimentación.

Culturales
• Racismo: los Indígenas fueron considerados como seres infe¬riores a los occidentales.
• Imposición de la religión, lengua y costumbres europeas. Pér¬dida de las tradiciones culturales indígenas (aculturación).

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